Jonathan Chaves Casals Politólogo Instituto AMAGI |
Lo “ambiental” ha tomado diversas connotaciones. Estas van desde la
conservación del bosque, de las cuencas de los ríos y los mantos acuíferos (es
decir, de lo natural en general) hasta las relaciones entre lo urbano y lo
rural y la contaminación propia de las ciudades. Ante estas problemáticas,
muchos actores, organizaciones y políticos relevantes en el tema ambiental han
optado por una visión conservacionista de la naturaleza, es decir, enfocada en
la preservación y conservación de los equilibrios de los ecosistemas procurando
la no intervención del ser humano o cuando fuera necesaria, mínima.
Esta visión entraña contradicciones con la realidad y agrava los
problemas que enfrenta el ambiente. Por ejemplo, si bien en Costa Rica, durante
el siglo pasado, la política ambiental se rigió a partir de la lógica de la
conservación a instancias del poder estatal y el mantenimiento de grandes áreas
de protección y conservación natural; en paralelo, se impulsaban políticas
impulsadores de la producción nacional, principalmente en el tema ganadero y
agrícola. Para la década de los años setentas y siguientes, se formularon
diversos incentivos cada vez más complejos para frenar la deforestación y el
mal uso de los suelos.
Por este motivo, la proliferación de instrumentos de mercado en la
protección de los bosques es fundamental y se ha demostrado más eficiente y
eficaz en proteger ese recurso. El PSA del Fondo Nacional de Financiamiento
Forestal (FONAFIFO) y las iniciativas de empresas públicas y privadas, como la
Empresa de Servicios Públicos de Heredia S.A. (ESPH) han utilizado
transferencias monetarias entre actores públicos y privados a propietarios de
bosque (aledaños a microcuencas en el caso de la ESPH) como medida de pago por
los servicios ambientales que genera el bosque, definidos en la IV Ley Forestal
de 1995.
La Ley define un servicio ambiental como “los que brindan el bosque y las plantaciones forestales y que inciden
directamente en la protección y el mejoramiento del medio ambiente. Son los
siguientes: mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero (fijación,
reducción, secuestro, almacenamiento y absorción), protección del agua para uso
urbano, rural o hidroeléctrico, protección de la biodiversidad para conservarla
y uso sostenible, científico y farmacéutico, investigación y mejoramiento
genético, protección de ecosistemas, formas de vida y belleza escénica natural
para fines turísticos y científicos” (Ley N° 7575, artículo 3). Esta
definición fue un paso inmenso para revalorizar económicamente los bosques y a
partir de esto, procurar su protección, sean sus dueños actores públicos o
actores privados.
Como corolario, parece claro que la forma más efectiva de protección de
los recursos naturales es dotándolos de su verdadero valor económico. Una
parcela, una finca, una plantación forestal o un sistema agroforestal pueden
ser protegidos y desarrollados, informando a los propietarios sobre su real
valor económico e incentivando su uso sostenible. La simple conservación a
manos estatal fomenta la tala y comercio ilegal de madera, la caza y
explotación de especies animales y vegetales y la propia contaminación de
cuencas hídricas. La tenencia clara, responsable y sometida a las leyes
ambientales por parte de actores
públicos y privados en esquemas de mercado debe ser el norte de la
política ambiental.
EL valor económico es subjetivo. Si quiere preservar, compre. En vez de robar a la gente para hacer un ambientalismo de estado.
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