German Felipe Vega Economista, Instituto AMAGI |
Reconocida a nivel mundial por sus paisajes,
café, Costa Rica se ha convertido en un país tomado por grupos de interés muy
específicos. Desde organizaciones comerciales hasta grupos vecinales y grupos
sindicales, basta con que exista una disconformidad con la realidad para que se
paralice el país a cambio de que se
tengan que cumplir peticiones imposibles que satisfagan posiciones
intransigentes de estos
grupos.
La más reciente muestra de esto es el problema
de pago a los educadores del Ministerio de Educación Pública (MEP). Lo que
inicialmente se planteó como una huelga para exigir el pago de salarios
atrasados a un grupo de colaboradores por problemas en la plataforma de pago,
se convirtió en una manifestación difusa, con una extensa participación de
otros grupos gremiales en “solidaridad” con los educadores. Sí, exigir el pago
de salarios es una causa justa, y el gobierno debe honrar su parte y realizar
de manera expedita los desembolsos.
Tras casi tres semanas de manifestaciones y
meses de inconvenientes, el problema persiste a pesar del cambio de administración,
indicando que el problema no es la falta de voluntad política, sino una
verdadera imposibilidad técnica que entorpece las soluciones. A la fecha, el
gobierno ha presentado una solución de pago con una alta viabilidad que
involucra el uso de plataformas de pago bancarias. Sin embargo, esta iniciativa
solo fue bienvenida por un 10% de los educadores. Si lo que se pretendía era el
pago de los salarios y ya se ha llegado a una alternativa efectiva en el muy
corto plazo ¿para qué continuar? ¿Qué
mensaje se les está enviando a los jóvenes estudiantes?
Quizás lo más preocupante es el daño que se
está llegando a causar a nuestra institucionalidad. Por una parte, el MEP
intentó hacer una migración de un sistema desactualizado y plagado con
sobregiros de planillas a uno que permitiera tener más control y capacidad de
auditoría sobre el pago. La historia (y posiblemente los tribunales de justicia)
determinarán culpables y establecerán sanciones (de ser necesarias), pero no
por ello debemos relegar la hipocresía gremial a un segundo plano. De acuerdo
con la Contraloría General de la República, el antiguo sistema de gestión de
recursos humanos realizó pagos de más en las planillas por cerca de 29 mil
millones de colones. Este dinero equivale a casi el 60% del presupuesto anual
del programa de comedores estudiantiles, y pudo haber sido utilizado para
equipar más de 400 centros educativos en esta materia, y darle de comer a casi
120 mil menores. Si las consignas sindicales hablan de “solidaridad” con los
colegas necesitados, ¿en dónde quedó la solidaridad con los menores en
condición de pobreza que utilizan el programa de comedores estudiantiles? Pues
en la billetera de algunos.
Por otra parte, se ha llegado a creer que los
problemas deben resolverse mediante una vía estatal directa, mediante una
declaratoria de emergencia, en donde se saltan los controles institucionales
establecidos. Lo anterior con el fin de conceder las demandas de ciertos grupos de
presión. Nuestra Constitución Política es muy clara, y limita las declaratorias
de emergencia a situaciones de guerra, conmoción interna, o calamidad pública.
La historia reciente nos ha enseñado que las declaratorias de emergencia para
temas específicos llevan al despilfarro de fondos públicos; basta con ver el
triste resultado de la “trocha fronteriza” para darnos cuenta que declaratorias
políticamente populares pueden llevar a resultados catastróficos. En el caso de
los pagos de planillas del MEP, una declaratoria de emergencia abre las puertas
a sobre giros en planillas, contrataciones directas innecesarias, y despilfarro
general del erario estatal. Más allá de evitar que aquellos con órdenes de
captura por pensión alimenticia vayan a la cárcel, una declaratoria de
emergencia no resolvería la rigidez de la plataforma de pagos, así como tampoco
evitaría que los almacenes de electrodomésticos gestionen cobros por no pagar
la cuota de la pantalla plasma para ver el mundial. Hay muy poco por ganar, y
mucho que perder, así que solucionemos nuestros problemas de la manera que
nuestra institucionalidad ha establecido: mediante el diálogo y la negociación.
Hoy más que nunca debemos tomar consciencia de
lo que exigimos a nuestros gobernantes. De mi parte, me conformo con un
gobierno imparcial, que no permita que nuestros endebles recursos estatales se
vayan en satisfacer exigencias que sólo benefician a grupos de interés muy
específicos. ¿Seremos parte del problema o de la solución?
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