Por German Felipe Vega Economista Instituto AMAGI |
Este domingo 6 de abril Costa Rica acudirá a las
urnas en una segunda ronda electoral; una de las democracias más antiguas y
sólidas de América Latina, esta nación centroamericana se encuentra en una
encrucijada electoral sin precedentes en su historia contemporánea, en donde el
abstencionismo, la indecisión, y la apatía política son los principales
candidatos.
Tras dos gobiernos
continuos del partido oficialista, el Partido Liberación Nacional (PLN),
marcados por escándalos de corrupción, altos niveles de desempleo, pobre
desempeño económico, así como un mal manejo de las finanzas del estado que
resultaron en un creciente déficit fiscal que se estima en 6% del PIB para
2014, el resultado electoral no pude haber sido más contundente. Mientras 7 de
cada 10 votantes le dieron la espalda a un tercer periodo del oficialista, 3 de
cada 10 personas en edad de votación decidieron no acudir a las urnas.
Hasta hace varias semanas, todo apuntaba a una
enardecida segunda ronda electoral entre el candidato oficialista y el
contendiente del Partido Acción Ciudadana (PAC), un partido no tradicional de izquierda
progresista. Inesperadamente, el pasado 5 de Marzo el candidato oficialista
renunció a la campaña electoral con un discurso derrotista, aduciendo a la
falta de fondos y al despilfarro en campaña como causas principales: a pesar de
la resistencia a lo interno del PLN ante lo sucedido, claro está que el ahora
oficialista deberá convertirse en la oposición mayoritaria. Sin embargo, mientras
el gran ganador de este proceso electoral se vislumbra como el Partido Acción
Ciudadana, el gran perdedor en la contienda es el individuo costarricense,
quien ahora verá las consecuencias de la apatía electoral.
Si se pudiese resumir
el proceso electoral costarricense en pocas palabras, quizás “desinformado” o
“desorientado” lo harían correctamente. Y es que la situación costarricense no
da margen para la inacción; con una economía que ha venido crecimiento a
niveles cercanos al 3.5%, una tasa de desempleo rondando el 9%, un nivel de
pobreza estancando alrededor del 20% desde hace más de 20 años, un alarmante
déficit fiscal, un sistema de pensiones que hasta el mismo ente regulador SUPEN
ha catalogado de “quebrado”, así como rezagos de hasta 40 años en el desarrollo
de infraestructura vial, altas tasas impositivas efectivas sobre el sector
productivo (55% en promedio de acuerdo al Banco Mundial), y un desempeño
mediocre en los indicadores de facilidades para hacer negocios, urgen reformas
en materia de política económica que
ataquen de manera íntegra la situación.
Sin embargo, la apatía electoral del costarricense
y el afán de castigar al partido oficialista, relegaron esta importante
discusión a un último plano. Así como el “morbo mediático” atrae audiencia, el
“morbo político” gana elecciones: en los debates públicos reinaron las
acusaciones entre candidatos, más se ausentaron las propuestas.
Como resultado, la segunda ronda electoral ha
llevado a Costa Rica a una votación a ciegas, en donde el costarricense estará
eligiendo a un gobernante sin conocer sus propuestas, eligiendo una “cara
bonita” por encima de un plan de gobierno. Mientras el candidato oficialista “tiró
la toalla” a principios de Marzo y le dio la espalda a sus simpatizantes, el
opositor se rehúsa a revelar a su equipo y propuesta económica, alegando que la
campaña debe orientarse en ganar las elecciones y no en realizar escrutinios
públicos de las propuestas y puestos de gabinete que afecten un resultado
favorable. El mensaje es claro: las corrientes políticas dominantes han
convertido el resultado del proceso electoral en una finalidad en sí, y no como
un medio para realizar los necesarios cambios a la institucionalidad
costarricense. En una democracia, el político responde a las exigencias
electorales del ciudadano, pero si este se muestra apático y desinteresado, las
exigencias se reducen y llegamos a encrucijadas electorales como la
costarricense, en donde cualquiera que sea el resultado de la segunda ronda
electoral este no será más que un “salto de fe”, un voto ciegas de una
democracia desinformada.
Karl Popper decía que "no escogemos la
libertad política porque nos promete una cosa o la otra, la escogemos porque es
la única forma digna de coexistencia humana, la única manera mediante la cual
podemos ser verdaderamente responsables por nosotros mismos." El caso
costarricense nos debe recordar ahora más que nunca que la verdadera libertad
política es el resultado del poder de las ideas, pero con apatía, desgano y
desinterés terminaremos encerrados en círculos viciosos, sin cambios y sin
rumbo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario