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De todas las medidas que puede tomar un gobierno, no hay otra que
suscite más sentimiento “altruista” en un gobernante como aquellas orientadas a
la regulación o prohibición de una actividad para defender a la población de
los aspectos dañinos de esta. No, no me estoy refiriendo a política
anti-narcóticos ni a estrictas campañas de vigilancia en carretera para sacar
de circulación a conductores embriagados, me refiero a una reciente propuesta
elaborada por Hospital Nacional de Niños (HNN) de Costa Rica que busca prohibir
la importación y comercialización de las andaderas para niños dentro del país.
La argumentación
presentada resultada sencilla: a lo largo de los últimos 10 años,
aproximadamente 15 niños han sufrido heridas de gravedad a causa de actividades
relacionadas con el uso de estos aparatos. Mientras algunos niños han
estrellado su andadera a toda velocidad contra bordes de mesas o repisas,
algunos otros han alcanzado objetos a mayor altura y los han introducido en sus
bocas, mientras hay pequeños que han botado ollas calientes en las cocinas de
sus hogares y sufrido quemaduras severas.
En lo que va del 2014, han ocurrido 2 accidentes de este tipo, por lo
que el HNN ha tomado la iniciativa de prohibir del todo las andaderas en
nuestro país.
Más allá del
absurdo que pueda parecer el gasto de recursos del estado en una iniciativa que
buscar prevenir accidentes en el 0% de la población, debemos reflexionar sobre
el rol que puede, y que debemos permitir, que tenga el estado sobre nuestras
vidas, y esta política es un claro ejemplo de ello.
Como padres o
madres, nos corresponde a nosotros la tutela de nuestros hijos, estemos o no
presentes en el lugar. ¿Qué hace un niño jugando en una cocina con ollas
calientes? ¿Quién permitió que este entrara al lugar? ¿Se deben prohibir
entonces las ollas calientes para eliminar el riesgo de que se quemen cuando
sean más altos? Pues claro, son los padres de familia los principales
responsables por la seguridad de sus hijos, y son estos, y no el Estado,
quienes deben vigilarlos. Medidas tan sencillas como impedir la entrada de los
niños a las cocinas eliminarían al 100% la probabilidad de una quemadura
durante la preparación de alimentos, pero esto es una medida que debe nacer
desde el seno de la familia, y no desde una directriz prohibitiva del Estado. ¿Será
que también es conveniente prohibir los enchufes ya que cabe la posibilidad que
un niño introduzca sus dedos en los tomas y se electrocute?
Para algunos, parte de la labor del Estado se debe
centrar en reducir el riesgo de afectaciones potenciales sobre mi integridad,
actuando como una especie de niñera omnipresente dentro de su jurisdicción. Recuerdo
muy bien que de niño mis padres trataron de estimular mi creatividad con juegos
de armar. Sin embargo algunos de estos juegos involucraban piezas pequeñas que,
de ser tragadas, podían conducir a la asfixia. Si, estos juegos presentaban un
riesgo potencial para mi vida ya que de tragarlos podía asfixiarme, pero mis
padres siempre me supervisaban y se aseguraban que jugara de manera correcta.
Si parte de la función del Estado es protegerme de riesgos potenciales contra
mi integridad, la solución sería prohibir los juegos de armar con piezas
pequeñas, pero esto me hubiese quitado a mí y a muchos otros niños la
posibilidad de una sana diversión junto a mis padres.
En una sociedad libre, el Estado debe limitar
sus acciones al mantenimiento de los pilares de la sociedad, lo cual involucra
en su forma más básica el ejercicio de la ley, la seguridad civil, la seguridad
jurídica, y el respeto a la libertad individual. Ahora bien, esto no equivale a decir que las
prohibiciones o regulaciones sobre algunas actividades en la sociedad sean
incompatibles con una sociedad libre: así como no debe permitirse que una
persona cualquiera mantenga uranio enriquecido en el cobertizo en el patio de
su casa, tampoco podemos establecer limitaciones al libre albedrío que
interfieran con un sano proceso de toma de decisiones.
Quizás de la prohibición sobre las andaderas
debemos rescatar algo fundamental: en la política, no existe causa más “noble”
que aquella en donde el gobernante protege al pueblo de sí mismo, como un
Leviatán omnisciente. En efecto puede que se prohíban las andaderas de niños,
pero el verdadero problema de la falta de consciencia sobre responsabilidad, a
causa de una tutela estatal innecesaria, persistirá. El escritor y poeta Alemán
Johann von Goethe indicó que “la libertad
es como la vida, solo la merece quien sabe conquistarla todos los días”.
Disfrutar de la libertad con responsabilidad es quizás uno de los más grandes
regalos de la naturaleza al hombre, pero para ello se debe saber que cada
decisión acarrea consecuencias, las cuales deben ser enfrentadas por quien
ejerce esa libertad.
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