Ernesto Aquino |
Cuando yo era de piedra me sobraban los ojos;
y en las manos, tenía tres caminos
para bajar hasta el fondo de lo alto:
La piedad, el silencio, y el aplauso.
Era de piedra. Y estaba bajo el ocio
aguardando alguna distracción itinerante.
Un día desperté, víctima de un estruendo
de lenguas culebreando sórdidos lemas,
y abrí las manos en la página uno
para tratar de deponer la ira
ante aquella exhibición de vasallaje;
pero una cordura insensata
me sugirió una alianza indecorosa
con el silencio del martirio.
Y fui menos de piedra;
porque aquel cadenaje me despertó al soldado.
Vino a mí, en esa hora de mitades,
la página tercera: Como una fe de errata:
Último intento de la piedra
de rescatarse del borrón definitivo.
Pero entonces,
de aquellos ojos que un día me sobraban
me nació una garganta.
Y ahora estoy, sobre los lomos de la cima,
velando la agonía de la bestia
junto a millones de damnificados.
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