German Felipe Vega Economista, Instituto AMAG |
Reconocido como un país pacífico con algunos estándares de vida por
encima de la media, Costa Rica es un país estandarte de “libertad” y relativa
prosperidad en la región. Sin embargo, 193 años después de su independencia hemos
hecho caso omiso a uno de los versos de nuestro propio Himno Patriótico al 15
de Septiembre: “sepamos ser libres, no ciervos menguados”. ¿Realmente sabemos ser libres?
El teórico político Isaiah Berlin profundizó en
la libertad como un valor compuesto por dos formas: la libertad negativa y la
libertad positiva. La libertad negativa determina hasta donde pueden actuar los
individuos por su cuenta, sin interferencia de terceros, y que usualmente se
materializa en libertades políticas, de asociación, y expresión. La libertad
positiva, por su parte, determina la capacidad de autodeterminación de destino
de los individuos mediante sus decisiones voluntarias. Es en esta última en
donde los costarricenses han desarrollado una confusión entre el legítimo papel
del individuo y del Estado: mientras unos culpan a terceros de sus desdichas,
muchos otros obligan a terceros a resolver el problema de otros.
Al vivir en una sociedad plagada del legado del
fallido estado benefactor de la década
de los años setenta y ochenta, hemos llegado a creer erróneamente en la
“necesidad” de una simbiosis entre el paternalismo estatal y la consecución de
la libertad positiva; se ha llegado a creer que la incapacidad de un individuo
para lograr sus objetivos personales, ya sea salir de la pobreza, obtener casa
propia, o hasta vender la cosecha del año, es consecuencia de un acuerdo tácito
entre terceros. Para la sociedad costarricense, la incapacidad de ejecutar la
autodeterminación individual es un sinónimo de ausencia de libertad y, por lo
tanto, clama por el accionar Estatal como medida “correctiva” en pos del “bien
común”. Sin embargo, la libertad positiva únicamente puede aplicar cuando se
toma una acción que afecta el libre albedrío de otro para poder materializar la
decisión que ese individuo tomó de manera voluntaria e individual, no porqué
así lo decidió un principio “general” de la sociedad o bien el criterio de un
tercero: “si sale mal, yo no fui, pero si sale bien si fui yo” no es libertad,
sino elusión de la responsabilidad de la misma.
Basta con que un político cree una institución
o programa nuevo para que este cobre vida y finalidad propia, y esta simbiosis
“criolla” ha llevado a que la sociedad acepte sin cuestionamientos políticas que
privatizan ganancias mientras socializan las pérdidas simplemente por defender
un “bien común” intangible. Ejemplos sobran: pagos a sus empleados por llegar a
tiempo en RECOPE, pérdidas millonarias por ineficiencia operativa y
administrativa en Fanal, espionaje político y administrativo en la Dirección de
Inteligencia y Seguridad (DIS), citas médicas con décadas de antelación en la Caja
Costarricense de Seguro Social (CCSS), cero rendición de cuentas por parte de
las universidades sobre su presupuesto, entre otros. ¿Cómo ser libres si ponemos
en un pedestal de benevolencia la finalidad de las instituciones del
gobierno?
Más preocupante que la búsqueda de beneficio
propio mediante el estado, es el hecho que
el costarricense ha olvidado que la verdadera solidaridad es voluntaria.
Para el costarricense, la solidaridad se ha reducido a obligar a terceros a
financiar lo que es prioritario desde su perspectiva, sin tomar el coraje y la
voluntad para tomar acciones concretas en pos de la causa; los impuestos y
restricciones se han convertido en la herramienta preferida de la solidaridad,
al punto en donde en los últimos 4 años aprobamos un impuesto llamado
“solidario” y discutimos una reforma “de solidaridad tributaria”. ¿Qué tiene de
solidario cobrarle impuestos a las casas de lujo? Obligar a otros a pagar
impuestos no tiene nada de solidario, especialmente cuando es bien conocido que
en Costa Rica el 100% de la recaudación fiscal se va en el pago de planillas
del Estado, en donde no existen listas de beneficiados de los programas de
asistencialismo estatal, y en donde hasta los mismos políticos dicen no saber
dónde están los pobres. Cada uno como individuo puede marcar la diferencia en
su vida o en la de otros, pero no podremos saber ser libres si no estamos
dispuestos a asumir los desafíos, responsabilidades, y consecuencias de
nuestras propias acciones. ¿Cómo ser libres si nuestra solidaridad se limita a
pagar impuestos o a obligar a que otros lo hagan?
Los primeros 193
años de vida independiente de Costa Rica han dejado un legado de paz y relativa
estabilidad como legado a futuras generaciones: quizás nuestros hijos y los
hijos de nuestros hijos vivan en un país sin ejército, en donde existe un
respeto por la diversidad de criterios. Pero la libertad no es algo que se pasa
en la sangre como parte de una herencia inherente, y la sociedad costarricense
la ha dado por sentada. Sepamos ser libres, antes que perdamos la libertad y
debamos luchar para recuperarla.
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