4 de marzo de 2014

El perdedor

Por Allan Vargas
Estudiante de Comercio Exterior
y Ciencias Políticas
El perdedor es un ser único alejado de toda la racionalidad. El perdedor se sienta a pensar sobre lo miserable que es su vida. Se sienta a pensar sobre las veces en las que no gano. ¡Espera! El perdedor nunca lo intentó. El perdedor es perdedor por conveniencia. Él creé que perdió cuando siquiera lo intentó. Bueno, es posible pensar que realmente perdió, perdió la oportunidad de ver sí realmente iba a perder. 

¿Es que acaso no es lógico? El perdedor realmente nunca perdió: nunca lo intentó. Se quedó sentado viendo a sus sueños pasar ante sus ojos. Ni siquiera perdió porque sus sueños no eran posibles desde el principio. Sus sueños eran solo ideas tontas que ante sus ojos no tenían suficiente valor cómo para levantarse de su silla.

El perdedor es un ser infeliz; infeliz porque no quiso ser feliz; infeliz porque su pereza fue aún más fuerte que sus ideales. El perdedor se ríe, se va de fiesta, se sienta frente a una computadora a seguir a sus semejantes. El perdedor se rodea de todo tipo de personas. El perdedor muchas veces gana pero pierde, pierde al desprestigiar sus aciertos atribuyéndoselos a la suerte, a las estrellas, a la lástima de otro. Sus sueños son inválidos, sus objetivos no existen. 

El perdedor no ve la vida pasar, el perdedor llora en silencio. Es más, el perdedor se presenta ante los demás como uno normal. ¿Será porque es normal ser un perdedor? Es normal eludir la lógica de la victoria y del éxito. Es muy fácil; solo es necesario sentarse a no hacer nada.

Es normal que el perdedor quiera escribir un libro, quiera viajar por el mundo, quiera tener un mejor trabajo, una mejor vida. Es normal que tenga buenos amigos que no son perdedores. Es normal que destruya su psique con estándares muy elevados, hasta perfeccionistas, cuyas consecuencias le impidan siquiera dar el primer paso. Es normal que el perdedor luche internamente contra la realidad, para demostrarle que está equivocada.

El perdedor vive, más bien, sobrevive. El perdedor respira, come, trabaja y estudia. El perdedor es digno de honor por haberse convencido de ser incapaz. El perdedor encontrará siempre una excusa o una razón para justificar serlo. Es más, interpretará todas sus situaciones de manera que reafirmen el “hecho” de ser un perdedor. 

El perdedor envidiará a aquellos que considera exitosos, el perdedor se sentará a criticarlos cuando ganan y cuando pierdan les dirá: “mejor no intentarlo de nuevo”. El perdedor culpará a la genética, a la política, a la economía, a su familia, a su estatus económico, a su nacionalidad. El perdedor creerá que está condenado a fracasar y fracasará aunque gane. Fracasará porque su mente interpretará todo como una derrota. 

El perdedor nunca se levantará de su silla, el perdedor buscará siempre una razón para sentirse perdedor. El perdedor nunca entenderá que la vida es el resultado de sus decisiones; que su realidad responde y se configura con base en la calidad de sus pensamientos. No entenderá que la vida no está determinada, no entenderá que tiene control sobre su realidad. El perdedor no entenderá que su responsabilidad en la vida es soñar, alcanzar sus sueños y ser feliz.

El perdedor vive cerca, muchas veces lo conocemos muy bien, muchas veces solo falta verlo en un espejo. Pero hay esperanza. Todavía el perdedor puede levantarse de su silla cómoda y cambiar su perspectiva. Todavía puede, mientras respire aún puede. Así como decidió perder siempre, puede decidir ganar siempre. Puede buscar, puede luchar, puede ganar, ganar y ganar. Puede construir una mejor realidad, puede vivir una mejor vida y puede ser un mejor ser humano. Solamente tiene que entender que es su decisión y cómo tal su responsabilidad. No seamos perdedores amigos. Ya es hora de ganar. 

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