Luis F. Ceciliano Miembro del Instituto AMAGI |
El pasado 8 de junio se cumplieron 140 años del
natalicio del egregio jurista costarricense don Luis Anderson Morúa. Este
cartaginés, hijo del profesor británico don James Anderson y de doña Antonia
Morúa, se convertiría en el más lúcido internacionalista del país durante la
primera mitad del siglo XX.
La extraordinaria historia de don Luis Anderson es la de un muchacho humilde de solamente quince años de edad que llegó a San José para laborar como mensajero en el bufete que compartían los licenciados don Cleto González Víquez y don Ricardo Jiménez Oreamuno. Sería ahí donde daría comienzo una brillante carrera como abogado y estadista al servicio de Costa Rica por casi diez lustros, como parte de un grupo de intelectuales con inclinación liberal agrupados en la llamada Generación del Olimpo.
La extraordinaria historia de don Luis Anderson es la de un muchacho humilde de solamente quince años de edad que llegó a San José para laborar como mensajero en el bufete que compartían los licenciados don Cleto González Víquez y don Ricardo Jiménez Oreamuno. Sería ahí donde daría comienzo una brillante carrera como abogado y estadista al servicio de Costa Rica por casi diez lustros, como parte de un grupo de intelectuales con inclinación liberal agrupados en la llamada Generación del Olimpo.
Don Luis cursó sus estudios en Liceo de Costa
Rica, los cuales finalizaría con altas calificaciones en 1888, e ingresó a la
Escuela de Leyes para graduarse con honores en 1897. Su carrera como servidor
público inició en 1902, como diputado suplente por Limón. En 1903 empezó su
profesorado en el curso de Derecho Internacional Público y Diplomático en la
Escuela de Derecho, el cual impartió por más de cuarenta años. En mayo de 1906
fue nombrado secretario de Estado en el despacho de Relaciones Exteriores y
carteras anexas en la primera administración del licenciado don Cleto González
Víquez, puesto que desempeñaría con decoro, perspicacia y dedicación por poco
más de dos años; la habilitación de un instrumento judicial supranacional como
la Corte de Justicia Centroamericana sería, sin lugar a dudas, el más
sobresaliente de sus legados.
Finalizado su paso por la Cancillería, serviría
al país en innumerables misiones diplomáticas en el continente americano, donde
se le encomendaron delicadas tareas tales como la dilucidación del conflicto
limítrofe con Panamá (1910), o bien la representación de Costa Rica en congresos
y reuniones internacionales. Asimismo, ejercería como conjuez de la Corte
Suprema de Justicia (1910), como diputado al Congreso Constitucional (1914) y
como inspector de Educación Pública (1917). En el ámbito privado, conocidas sus
posiciones como defensor acérrimo de la propiedad privada y de la libertad de
empresa, desarrollaría una fecunda carrera como consejero legal de gobiernos
extranjeros y de empresas transnacionales bancarias, eléctricas y
ferrocarrileras, así como de compañías y de ciudadanos costarricenses víctimas
de excesos y arbitrariedades de la administración pública. Su vasto
conocimiento y erudición le permitieron formar parte de las más prestigiosas
sociedades de Derecho Internacional del mundo, entre las que destacan el
Instituto de Derecho Internacional, el Instituto Americano de Derecho
Internacional y la Academia Diplomática Internacional.
Los aportes del licenciado Anderson a Costa
Rica y al continente son de un valor excepcional. Su esfuerzo visionario
permitió el establecimiento de la Corte de Justicia Centroamericana, primer
tribunal internacional de justicia en la historia, y cuyo edificio –donado gracias
a los buenos oficios de don Luis ante el filántropo estadounidense Andrew
Carnegie– alberga hoy la sede del
Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Su astucia jurídica aseguró gran
parte de los derechos territoriales de nuestro país con respecto a Panamá,
mediante la llamada Convención Anderson – Porras, instrumento que permitió
llevar el diferendo limítrofe a un arbitraje cuyo laudo sería altamente
favorable a los intereses nacionales. Su capacidad intelectual quedó plasmada
en la primera obra sobre Derecho Internacional escrita por un costarricense: El Gobierno de Facto, presentada ante la
Subsección de Derecho Internacional del Congreso Científico de Lima de 1925.
Sus cualidades docentes formaron a toda una generación de abogados
internacionalistas, muchos de los cuales serían responsables de la política
exterior activa y pacifista que tantos elogios y reconocimientos le merecieron
a Costa Rica en el pasado.
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