19 de diciembre de 2012

Stacy

Por Luis Fernando Ceciliano
Colaborador del Instituto AMAGI



No es el nombre de una novela mexicana; tampoco se llama así alguna joven quinceañera de esas cuyas fotografías engalanan las páginas sabatinas de algunos periódicos; mucho menos se trata de alguna estudiante extranjera de intercambio. No. Stacy es un vehículo automotor para transportar personas, lo que llamamos en tiquicia una “buseta”, a quien conocí hace más o menos un par de meses en una esquina del centro de Cartago, un lunes al ser casi las 7 am.

Como miles de almas que todos los días deben viajar a San José por razones laborales o académicas, caminaba yo presuroso hacia la terminal de la única empresa autorizada para llevar personas en autobús desde mi querida provincia hasta la ciudad capital. Era el primer día de un nuevo trabajo, por lo que la premura era mayor dado que no podía permitirme el lujo de presentarme tarde. Llegué a la terminal alrededor de las 6:40 am y ¡oh calamidad!: la fila para el “expresso” por San Pedro era de casi 300 metros y solamente un autobús estaba abordando; se fue el bus, pasaron 5 minutos… 7 minutos… nada. Ni por asomo se veía llegar el siguiente “expresso”

Aterrorizado por la ahora inminente llegada tardía a mi primer día de labores, empecé a preguntar a pasajeros mucho más versados en la paciencia y la tolerancia hacia la ineficiencia del concesionario de los buses, si existirían algunas otras opciones. La respuesta de todos, casi al unísono, fue: los “colectivos”.

Con ese nombre se designa a los vehículos de todos tamaños, colores, formas, olores (y sabores) que se ubican en diversos sitios del centro de la vieja metrópoli y que ofrecen una alternativa de transporte hacia San José mucho más rápido y eficiente al del monopolio de la línea de autobuses, por un precio algo superior al de estos pero siempre dentro de los cánones de la razonabilidad: taxis formales, microbuses, vehículos livianos, busetas, camionetas y taxis informales, entre otros, componen la flotilla de los colectivos. En determinados sitios, el orden espontáneo ha alcanzado tal grado de desarrollo, que existe un “administrador de la esquina”, una persona que, a cambio de unas moneditas que cada chofer le entrega al abordar los pasajeros, se encarga de organizar las filas de vehículos y pasajeros para que nadie se “cole” y todo fluya lo más rápido posible porque urge llegar a “Chepe”.

Es así como en una de esas esquinas (cuyo nombre me reservo por aquello de las cacerías de brujas), estaba la bella Stacy. Lo confieso sin empacho: fue amor a primera vista. Grande, espaciosa, impecable… hasta con aire acondicionado. Me dejó en los alrededores del parque Nacional a las 7:45 am.

Stacy es un buen ejemplo de cómo operan las fuerzas del mercado como alternativa a los estragos que causan el exceso de burocracia y estatismo en la vida de los ciudadanos: ante el abuso y la ineficiencia del proveedor de bienes o servicios, aparecen alternativas –legales o no– para afrontar la situación.

En el caso particular del transporte público, no se trata de convertir la prestación del mismo en un asunto anárquico donde no aplique normativa alguna –sobretodo en el tema de seguridad-, pero la realidad es que los cartagineses tenemos todo el derecho de elegir, al menos de entre un grupo apropiado de empresas autobuseras, cuál nos lleve a San José o a cualquier otro lugar. No es razonable ni justificable que exista un único oferente, mucho menos cuando el servicio que brinda es desastroso.

Mientras, seguiré mi idilio con Stacy todas las mañanas.

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