Asdrúbal Vargas
Presidente Instituto AMAGI.
Así
como en la India, en Costa Rica tenemos nuestras propias vacas sagradas. Son
aquellas instituciones como la Caja Costarricense del Seguro Social a las que
el costarricense le rinde incondicional pleitesía convirtiendo en hereje a
quién se atreva a cuestionar sus dogmas.
Y
es que uno de los dogmas más respetados, el de la universalización de los
servicios de salud, lo hemos confundido al asociar salud pública con salud
estatal. En Costa Rica damos por sentado que para alcanzar un verdadero
acceso a la salud, ésta debe ser monopolizada por una entidad central de
gobierno omnipotente que cuenta con la capacidad de saber cuál es la mejor
clínica para el usuario, el porcentaje “justo” que debemos pagar con respecto a
nuestro ingreso, a la variedad de servicios que podemos optar y por supuesto
que tan urgente o no es nuestro problema de salud.
Sin
embargo en la praxis sabemos que esta quimera no existe, y lamentablemente para
un tema tan delicado como la salud humana no existen vasos medio llenos cuando
por otro lado tenemos, literalmente, cientos de personas que pierden la vida
ante el capricho de una Junta de Médicos o de una incómoda posición en las
listas de espera.
Soluciones empíricas. A
inicio de los ochentas cuando la CCSS empezaba a mostrar síntomas de deterioro,
se intentó realizar una serie de cambios a
la tica inspirados en la radical reforma del sistema de salud chileno.
Estos cambios por supuesto no fueron suficientes para solucionar el verdadero
problema de fondo al intentar no dañar a la vaca
sagrada.
El
ejemplo chileno brinda una serie de lecciones que debemos de aprender y son las
causantes de que aquel país que en los ochenta estaba por debajo de los índices
de salud de Costa Rica, hoy sea uno de los únicos latinoamericanos que muestra
niveles de primer mundo.
Entre
los grandes cambios al sistema de salud chileno, el de más impacto fue la
ruptura del monopolio estatal de la seguridad social. A grandes rasgos, el
sistema se dividió en una serie de operadores públicos y privados creando un
sistema de seguridad social mixto donde el Ministerio de Salud seguía a cargo
del diseño de las políticas públicas en esta materia.
Ahora
el usuario tenía la libertad de cotizar al operador que mejor se ajustara a sus
necesidades. Esto generó una gran descentralización de servicios que permitió
que se le pudiera brindar atención a quien de verdad la ocupaba junto con un
fuerte ambiente de competencia que obligó a los hospitales a mejorar los
procesos administrativos para ganarse el respaldo de los usuarios finales. El
saldo final: Un sistema de salud de primer mundo donde los usuarios disfrutan la
misma atención en hospitales públicos como privados.
Pequeños cambios que hacen la diferencia. Un
recurso que implementaron en los hospitales públicos fue el paso del pago de
una jornada ordinaria de trabajo al pago por procedimiento. Se había detectado
que al no tener métricas para operar pacientes, aquellos médicos que eran muy
eficientes en su trabajo se veían recargados con el trabajo que los demás
compañeros no realizaban fomentando que todos en general prefirieran bajar su
rendimiento, a su vez los médicos preferían postergar las operaciones fuera de
sus turnos con el fin de ganar el pago de las horas extras volviendo lenta la
jornada ordinaria y saturando los quirófanos a “horas pico”. Los nuevos controles lograron de forma exitosa
mejorar la atención al usuario, reducir las listas de espera y controlar el
rendimiento del personal.
El
tema ya se ha discutido en el país pero implica la incómoda tarea de sacar las
manos de muchos grupos de una “caja chica” financiada por los costarricenses, y
seguirá sin resolverse hasta que se dejen de sacrificar las vidas y recursos de
los asegurados en honor a una deidad que disfraza los intereses de muchos
particulares.
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