15 de mayo de 2012

Campeones del Libre Mercado : Feliz Dia del Agricultor

Por: Luis Fernando Ceciliano

Colaborador del Instituto AMAGI


1821: Costa Rica, un pequeño territorio del centro de América recién obtenía su independencia del Imperio Español. En el joven país, guiado de la mano de don Juan Mora Fernández, se producía un lento pero sostenido desarrollo de una actividad que, hacia mediados del siglo XIX, se convertiría en la producción hegemónica de Costa Rica y abriría las puertas a una época de auge económico, fundado en la potenciación de un modelo agroexportador enteramente basado en el monocultivo: el café. Los agricultores afincados en la Meseta Central del país se abocaron a destinar todos sus recursos y empeño para, posiblemente sin saberlo, desarrollar y consolidar la siembra de un simpático arbusto que, a la postre, se transformaría en el eje central del desarrollo social, político, económico, comercial y financiero del país por más de ciento cincuenta años.


2001: Los precios internacionales del café alcanzan sus niveles más bajos en treinta años. Una combinación de contracción económica mundial, surgimiento de nuevos competidores en Asia y caída en la productividad nacional pone en jaque a la actividad.

La imposibilidad de siquiera cubrir los costos más elementales de producción obliga a los productores menos competitivos a abandonar el cultivo y convertir sus cafetales en repastos, cañales o piñales; grupos industriales que habían sido parte de la caficultura costarricense durante generaciones, se declaran en moratoria y más tarde en quiebra. Los bancos ejecutan decenas de millones de dólares en garantías rendidas. A pesar de lo catastrófico de la situación, particularmente en ciertos lugares de Turrialba y la zona sur del país, y de la presión lógica del sector, el gobierno se abstiene de intervenir.



2012: Los caficultores costarricenses viven los momentos más esplendorosos en su historia. El Instituto del Café de Costa Rica, entre púbico – privado encargado de supervisar la actividad, más que subsidiar y dar regalías directas a los actores en problemas, gestiona un fondo donde todos los participantes de la actividad aportan una parte de sus ingresos durante los buenos tiempos, de manera que puedan acudir a esos recursos en épocas de precios bajos; además, trabaja activamente en promover al país como sinónimo de café de altísima calidad. Quienes lograron soportar la crisis, hoy reciben, en promedio, alrededor de $200 por cada saco de café, y, en ciertos casos, lotes muy especiales de café tipo boutique y champagne se cotizan en casi $2000 por saco.

Han surgido cientos de plantas microprocesadoras (microbeneficios) en todos el país que contienden directamente con empresas cooperativas y grupos extranjeros beneficiadores – exportadores en igualdad de condiciones; hoy, un productor interesado en procesar su propio café, aunque sean pequeñas cantidades, puede adquirir una planta que se transporta en una camioneta tipo pick – up y que procesa siete sacos por día. Otros se han aventurado a adquirir plantas torrefactoras para terminar de integrar el proceso productivo, de manera que controlan también el tostado y el molido del grano, para posteriormente colocarlo directamente en Japón, Europa y Norteamérica a excelentes precios. Todos compiten entre sí: sin precios mínimos ni máximos, sin regalías, sin crédito subsidiado, sin restricciones a la exportación, sin barreas de ingreso o salida de la actividad.

 El éxito depende solamente del talento, la capacidad y el empeño de cada uno de los participantes en la industria del café.



Mientras otros productores del sector primario atentan contra la libertad de movimiento, contra el derecho de los consumidores a elegir lo que mejor les convenga, vociferando y descalificando para mantener subsidios y privilegios odiosos que no hacen más que perpetuar la ineficiencia y el mercantilismo que finalmente terminan pagando los consumidores de acá o del extranjero, los caficultores costarricenses se erigen como un auténtico paradigma de la libertad económica, demostrando que sí es posible ser exitosos y competitivos en una actividad volátil, riesgosa e incierta que, dos siglos después de haber constituido los cimientos de la economía nacional, sigue vigente y pujante, aportando alrededor de $250 millones anuales en divisas a la economía. ¿Qué falta? Eliminar el arancel a la importación de café: no se vale privar al consumidor costarricense de contar con otras opciones para consumir café y, además, es necesario cubrir el creciente faltante de producto para consumo nacional, pues prácticamente todo se está exportando dados los excelentes precios que paga el mercado internacional por nuestra excelente calidad.



A todas las caficultoras y a todos los caficultores de Coto Brus y Valverde Vega, de Los Santos y Orosi, de Pérez Zeledón y de Heredia; a todas las caficultoras y a todos los caficultores de Costa Rica: ¡Feliz Día del Agricultor!

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