12 de febrero de 2012

Veritas: Las raíces de una mujer llamada Margaret Roberts

EDITORIAL

Margaret nació en un típico hogar de la postguerra en Inglaterra. Ella vio en su padre un hombre trabajador, que no se rendía nunca, ni siquiera en las peores situaciones. Un comerciante de una tienda de abarrotes, el negocio más común en cualquier parte del mundo. Quizá fue debido a la popularidad del oficio que el señor Roberts fue electo alcalde. El mensaje era sencillo: los negocios (en especial los pequeños) son el corazón de cualquier pueblo, del orden social. Para muchos eso puede resultar algo vacío y materialista, pero el poder que oculta esta tesis en el fondo se termina desatando tarde o temprano.

Creía en aprovechar las oportunidades que se presentaran, como se diría coloquialmente, en ganarse las cosas. Estudió una carrera que poco tendría que ver con lo que desempañaría más adelante en su vida, pero mientras tanto ejercería su profesión como cualquier otro durante un tiempo. Eso sí, tenía un interés muy claro: la política. Fue esa pasión que la llevó a leer los trabajos de un economista que la influenciaría enormemente durante su vida, Friedrich Hayek. Margaret Roberts perdió una elección en su distrito electoral para convertirse en diputada al Parlamento Británico.

Hayek planteaba en una de sus obras más famosas, Camino de Servidumbre, que la planificación económica tradicional del pensamiento socialista llevaría inevitablemente a la tiranía. Margaret estaba muy segura de eso también. En la Inglaterra de su juventud el Estado se encargó de nacionalizar las industrias y desempeñar (tomar por completo) actividades que antes eran desarrolladas en libertad por ciudadanos comunes. Ya no más, ahora serían los planificadores los que les dirían que hacer. De aquello que más le preocupó, estaban las viviendas usufructuadas por ciudadanos de recursos limitados, pero en posesión del gobierno. Que las personas no pudieran ser dueñas de su propia casa era algo que se debía cambiar. Claro que se puede ayudar a la gente que lo necesite, pero también estos deben  aportar algo, por más significativo que sea para que quedara claro que era una oportunidad, no un resultado, no el resultado máximo al que podían aspirar. Era necesario además, tener un sentido de pertenencia para incentivarse a cuidar y preservar. La propiedad, a fin de cuentas, es un reflejo de nuestro trabajo en el pasado.

Las personas deben ser libres para crear y mejorar. Margaret creía fervientemente que no somos todos iguales, pero todos debemos ser tratados de forma igual ante la ley. No importa que unos tengan más que otros, siempre que estos hayan adquirido sus bienes con honestidad. Tampoco significa que los que tienen menos vayan a tener poco. De todas maneras, la felicidad siempre será subjetiva, eso lo sabía por muy bien. Por eso antes de una persona solicitara ayuda al Estado, ella hubiese preferido que acudiera a su familia, a sus amigos, a su iglesia o a cualquier otra organización de la sociedad civil.

A este editorialista le parece inspirador el pensamiento en el que creía Margaret Roberts. Proviniendo de una ciudad no tan grande, donde siempre se ha tenido como base que aquello que poseemos debe obtenerse del trabajo, que es preferible la acción humana sobre la intervención arbitraria; el ejemplo parece conocido hasta cierto punto. Claro que Margaret cambiaría de apellido cuando se casó y quizá más conocido aún su nuevo nombre sería Thatcher. La invitación para ver la nueva película, y entender más a fondo los porqués de la ex Primera Ministra, está extendida.

Que nuestros hijos sean altos y que unos sean más altos que otros si está en ellos serlo.” Margaret Thatcher

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