18 de enero de 2012

Estocada: Mis vergüenzas

Por: Diego Segura Cano
Columnista del Instituto AMAGI

Soy latinoamericano, y esa casualidad histórica y biográfica de nacer en esta región la he llegado a asumir por conciencia propia, por puro deseo. Digo que soy latinoamericano y ya no es casualidad, sino decisión, compromiso. Asumirse latinoamericano es tener conciencia de que se pertenece a una región entre tantas otras, que merece se le recuerde como unidad histórica, aunque no como homogeneidad. Las distintas historias de nuestros países siguen en los últimos siglos desarrollos generales, pero en su especificidad cada nación ha llegado a un nivel de peculiaridades insospechado y deslumbrante. Nuestra historia es común, pero diversa, en el camino que hemos seguido podemos reconocernos al mismo tiempo que diferenciarnos unos de otros. Compartimos independencias, tendencias políticas, regímenes, dictaduras, incipientes democracias, caudillos y algunos auténticos líderes; compartimos proyectos que han fracasado, y otros tantos que se quieren llevar a cabo. En pocas palabras, estas tierras que a partir de hace cinco siglos vivieron bajo esclavitud y dominación durante más de trescientos años, para dar luego paso a intentos republicanos, comparten lo suficiente como para poder reconocerse como América Latina.

Pero debo reconocerlo, esta América mía me está trayendo más vergüenzas que orgullos. Comúnmente a la mayoría de los hechos del presente busco mirarlos por encima, darles tiempo a que maduren; así me resguardo de opiniones apresuradas y análisis incorrectos, y además –mucho más importante- resguardo mi salud mental de los colerones e indignaciones que me dan las decisiones de políticos miopes creyentes de su capacidad de administración, o simplemente de políticos corruptos en países de ciudadanos indolentes. Siendo fiel a tal proceder, he vuelto a ver algunos hechos a los cuales no les di la importancia necesaria en su momento.

Vengo así a reflexionar sobre la concesión del Premio Nobel de la Paz en el 2010 al ciudadano chino Liu Xiaobo. Fue un ‘burumbún’ internacional. Para quienes no lo recuerden, Liu Xiaobo es activista en favor de los derechos humanos y un aguerrido crítico la República Popular de China (¿república?) de la cual considera es necesario dar paso rápido a las reformas que avancen por fin una libertad política en esa región que contiene a más de 1300 millones de habitantes. Xiaobo en el 2009 fue arrestado por “incitar la subversión contra el poder del Estado”. Actualmente descuenta 11 años de cárcel. No pudo recibir su premio bien merecido e igualmente su esposa fue aislada de los medios occidentales. En pocas palabras: la otra China, no la heroica capitalista, sino la reminiscente comunista.

Pero éste no es el punto, sino las vergüenzas que me han surgido al darme cuenta de un par de datos. China obviamente enarboló varias amenazas contra Noruega, y  unos países se declararon a favor del premio a Liu, otros en contra. Repasando quienes estuvieron en un bando u otro vengo a encontrarme con los únicos dos países de América que se opusieron mediáticamente a la concesión a Liu Xiaobo: Cuba y Venezuela.

Hablemos de Venezuela, o de Hugo Chávez más claramente, el mequetrefe socialista arrodillado frente a la potencia capitalista. Las declaraciones del presidente Chávez fueron a favor del disgusto del gobierno chino por la concesión del premio, aunque evitó criticar directamente la decisión tomada por los nórdicos. De entre todo lo dicho, me resalta a la vista la siguiente frase: “Resulta que le dieron el premio Nobel a un ciudadano disidente y contrarrevolucionario chino, que está preso en China, seguramente por violar leyes de China”.

Esta declaración de Chávez da al mismo tiempo risa y tristeza. Risa en tanto salta a la vista cómo el poder lo ha llevado a una amnesia profunda, olvidando que él mismo fue un disidente, y que como tal quiso llevar a cabo un golpe de Estado y terminó en la cárcel por dos años, de 1992 a 1994. Claro, para mi modo de ver son tipos muy distintos de disidentes Chávez y Xiaobo. También me da risa el que hoy en día, ya atravesada la primera década del siglo XXI, venga alguien a decir que existe una China revolucionaria. Tristeza me da el que tales declaraciones vengan de un presidente latinoamericano. Puede haber quienes digan que es la mencionada declaración correcta, pues la ley de un país es irremediablemente la ley de este, y ninguna otra persona puede criticar el imperio de la ley que desconoce. Pero para mí, esto es mal argumento.

Creo que detrás de las declaraciones de Chávez y su actitud para con China, si buscamos más a fondo, encontramos tramas más intrincadas. Encontramos la trama de la inviabilidad de su proyecto socialista, que es un proyecto populista y autoritario, que sólo es sostenible a partir del petróleo venezolano que China necesita a gritos, que sólo es sostenible a través del sometimiento a potencias que a partir de un argumento ideológicamente trillado dan apoyo internacional, que sólo es sostenible a partir de la obtención de aliados igual de populistas y autoritarios.

En fin, la vergüenza se me va pasando. Sólo me queda esperar un buen destino para Liu Xiaobo y nunca olvidarlo ni dejar de lado su trayectoria. Sobre Venezuela, esto no es más que una pincelada, a Cuba no la quise meter. Pero sobre Chávez volveré pronto, estamos cerca del “aniversario” de sus trece años en el poder. Ojalá éste número le sea de mal augurio.

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