1 de junio de 2011

Impuesto de renta y corporaciones

Por Daniel Schuster
Editorialista del Instituto AMAGI



Recientemente tuve el agrado de participar en un pequeño intercambio de ideas con otro miembro de Amagi. Sin duda es siempre de mi agrado discutir los temas con personas que tienden a pensar similar a mí, ya que nos permite la retroalimentación y surgir con mejores ideas que las originales. Así entonces discutíamos acerca del impuesto a la renta.

Como ustedes ya podrán saber el impuesto a las rentas es el impuesto que se les cobra, tanto a individuos como a personas jurídicas por concepto de sus ganancias. Actualmente en Costa Rica la tasa máxima de este impuesto es de un 30%. Los liberales hemos abogado mucho por un sistema simplificado de impuestos, el llamado “flat-tax” o impuesto plano. Este vendría a ser un porcentaje único que se cobra por parte del Estado, a cualquier tipo de ganancia económica y su sencillez permite ser llenando en una tarjeta postal.

Con lo primero que se podría que se podría objetar este impuesto es aduciendo que los más pobres pagarían en un porcentaje igual a los más ricos, y siendo que aquellos más ricos pueden desprenderse de ese porcentaje y seguir viviendo bien, pero los pobres no, el impuesto es tremendamente injusto. En primer lugar he de decir que yo creo que el porcentaje del fisco debe ser sobre un monto deducido. Esto supone que se permite una cantidad de dinero ganada libre de impuestos, de acuerdo al tamaño de la familia, que les permita vivir adecuadamente. Entonces el impuesto se cobraría a una cantidad de dinero adicional, disminuyendo el porcentaje a pagar y permitiendo la subsistencia.

En Costa Rica se ha criticado mucho a los llamados “sectores informales”. Personas que trabajan en las calles o no han formalizado su negocio. Por lo general son individuos independientes que se dedican a las numerosas actividades económicas con el fin de mejorar las condiciones de sus familias. Los costos de “formalización” (honorarios, sociedades, contabilidad) son demasiado altos para que estas personas puedan pagarlos. No obstante, con el impuesto plano, ellos podrían recibir su tarjeta para pagar impuestos como todos los demás. De igual manera, con un porcentaje bajo para pagar al fisco, estos trabajadores deberían pagar poco o nada. Inclusive no deberían incurrir en costosos procesos contables, ya que la tarjeta se llena en tan solo minutos con la ayuda de una calculadora.

Después de enumerar estas ventajas del porqué apoyo esta clase de impuesto, he de mencionar que existe una disyuntiva. Más que el porcentaje que se debería definir a pagar, es, sí este impuesto debería aplicarse también bajo la lógica del impuesto corporativo. Es importante destacar que con “corporativo” me refiero al impuesto que pagan todas las personerías jurídicas con fines de lucro, esto es desde la soda de la esquina hasta los grandes supermercados; como únicas excepciones las empresas de “zona franca” y las cooperativas. El problema es básicamente que este es un doble impuesto, primero la corporación paga impuestos por las ganancias, y luego cuando el ingreso llega a manos de sus dueños vuelve a pagar impuestos. Ciertas personas quizá lo vean con alegría ya que los “malvados explotadores capitalistas” están contribuyendo en algo, el problema es que cerca del 95% de las empresas (aquellas que pagan este impuesto) son pequeñas y medianas.

Veámoslo de esta manera. Supongamos que existan 100 pequeños negocios, todos pagan impuesto corporativo. Pero resulta que en esos negocios es necesario un empleado en cada uno, mas no es posible contratarlo debido a los costos de contabilidad y propiamente tributarios. Si eliminamos el impuesto doble, se habrán creado 100 nuevos empleos. Imaginemos esto en proporciones reales, ya que es el día a día de muchos empresarios nacionales. Bien decía Milton Friedman que el fin de las compañías es hacer dinero. Pero una organización no es una persona, no tiene (y no debe) derechos como tal, por ende tampoco deberes, quienes tienen responsabilidades y quienes reciben las ganancias son los seres humanos.

¿Entonces literalmente convertir todo Costa Rica en una especie de “zona franca”? La realidad parece demostrar que no es una propuesta tan descabellada, combinada claro con un impuesto de renta plano y bajo, reducción en los otros impuestos y sin duda alguna, una disminución significativa en los gastos innecesarios e ilegítimos del Estado.

Lo que queda pendiente es definir qué sucede con las corporaciones extranjeras. No lo digo con el típico pensamiento de que son las portadoras de desgracia en la Tierra y fuente de toda inmoralidad humana. Sino con fundamento de que estas corporaciones utilizan directamente infraestructura financiada con impuestos e indirectamente otros servicios como la educación (de lo contrario no se hubiesen establecido en primer lugar). Me parece que en estos casos, donde los miembros de dicha organización no tributan en el lugar donde opera algún ente de su pertenencia, sí se debe cobrar algún cargo a la corporación.

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